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Andrés Musacchio

A 50 años de la Revolución de los Claveles: lecciones para el contexto actual

Em cada esquina um amigo

Em cada rosto igualdade

Grândola, vila morena

Terra da fraternidade!


José Afonso



El 25 de abril, Portugal celebró el 50º aniversario de la Revolución de los Claveles. En aquel entonces, un golpe militar acabó con el gobierno de Marcelo Caetano y abrió paso a la transición hacia la democracia después de 48 años de gobiernos dictatoriales. La fiesta en Portugal fue impresionante. La gente lo celebró en las calles con especial algarabía. El diario Público resalta que “un mar de claveles rojos ondula en la avenida (da Liberdade)”. Al igual cincuenta años antes, cuando se distribuían claveles en lugar de balazos. La emoción es fácil de entender por el enorme cambio sociopolítico que disparó la revolución. Sin embargo, no es tan fácil explicar los motivos de una celebración que, algo más sutilmente, recorrió buena parte del mundo. ¿Por qué la Revolución de los Claveles es recordada como un acontecimiento importante incluso fuera de Portugal? La respuesta no es sencilla. En parte, sin embargo, se debe a la actualidad del lema de la época, el "3D" que significa Democratizar, Descolonizar, Desarrollar. El 3D todavía nos presenta hoy desafíos que parecen incluso mayores que los de Portugal en ese momento. Echemos un vistazo más detallado.


Democratizar

Una característica importante de la revolución fue el proceso de democratización que se abrió como resultado. A los opositores al régimen de Salazar en el exilio, como el izquierdista Álvaro Cunhal o el socialdemócrata y futuro primer ministro Mario Soares, se les permitió regresar a Portugal e integrarse en la vida política. El panorama político pudo reorganizarse y prepararse para las primeras elecciones, que tuvieron lugar exactamente dos años después. Desde entonces, diferentes partidos se han turnado para gobernar sin cuestionar el sistema político.

La ola de democratización que surgió de la Revolución de los Claveles se extendió inmediatamente por todo el sur de Europa. España y Grecia también superaron sus dictaduras poco después. En los tres países, las estructuras estatales se renovaron y durante un período de tiempo más largo lograron construir el estado de derecho y mantenerlo estable. No sin contradicciones, claro está. La puja entre, por un lado, la acción colectiva, los movimientos sociales, que pretendían avanzar mucho más rápido y profundo, buscando, como dice Durán Muñoz (2023), un desenlace verdaderamente revolucionario y, por el otro, sectores de las fuerzas armadas y de la política que intentaban quebrar la dictadura sin cortar las amarras del sistema, caracterizó el siguiente año y medio, cuando la opción más radical fue desarticulada. Barreto (2017) narra vívidamente las pujas por parte de los sectores políticos, las fuerzas armadas y los actores sociales por el control del Estado y la dirección del proceso que se abría.

Europa Occidental y los Estados Unidos desempeñaron un importante papel de apoyo en este desarrollo. Esto contrastaba con América del Sur. A las largas dictaduras de Paraguay y Brasil (donde Caetano gozó de un cómodo exilio hasta su muerte) se sumaron Chile y Uruguay poco antes de la Revolución de los Claveles, y dos años más tarde comenzaba una larga noche política en Argentina. Europa y Estados Unidos también participaron en el proceso, pero aquí como socios privilegiados de los dictadores. Las cuestiones estratégicas y económicas desempeñaron un papel más importante en este caso que la cuestión de la democracia. En África, el problema era aún más complejo, porque no se trataba sólo de democracia. Para muchos países, la cuestión del sistema político estaba entrelazada con el desmantelamiento de las estructuras coloniales y racistas en el contexto de un conflicto intensificado entre los proyectos capitalistas y socialistas, así como con las guerras internas que surgieron del legado de las fronteras coloniales.

Hoy en día, la cuestión de la democratización recupera, una vez más, centralidad en los debates y las acciones. Muchos países latinoamericanos y africanos, así como Europa del este, habían podido motorizar cambios políticos en las últimas cuatro décadas. Sin embargo, el sistema vuelve a ser cuestionado por la crisis múltiple. Los partidos de extrema derecha están ganando fuerza, captando el descontento reinante y, como en el caso de Bolsonaro en Brasil o Milei en Argentina, logran incluso llegar al gobierno. También en Portugal, el partido de extrema derecha Chega comienza a jugar un papel importante en la política interna. El concepto negativo que su líder André Ventura profesa sobre la democracia es bien conocido. Por eso, no fue una sorpresa para nadie cuando el 25 de abril fuera la única voz contraria a la Revolución de los Claveles en todo el espectro político de su país.

 Pero el cuestionamiento a la democracia no es un fenómeno exclusivo de los países periféricos. Donald Trump podría ser reelegido en pocos meses como presidente de los Estados Unidos con un discurso y con acciones desde su irrupción en la política norteamericanas decididamente antidemocráticas. La primera ministra italiana, Giorgia Meloni, se apoya políticamente de manera abierta en el legado fascista, mientras Marine Le Pen y su partido Rassemblement National realizó una muy buena elección en Francia y Alternativa para Alemania, un partido que fue catalogado por la justicia como de extrema derecha radical, mantiene una cuota de votantes preocupante. La radicalización de la derecha va acompañada en todo el orbe de violencia política e individual, xenofobia, aporofobia, noticias falsas y lawfare, elementos que en Argentina contemporánea no resultan extraños. Frente a eso, el aniversario de la Revolución de los Claveles no solo debe recordarnos la algarabía de la sociedad en aquel momento. La atención también se orienta al descontento social con la dictadura, con las desigualdades y los abusos de poder, el exilio y la muerte. En 1974, la gente celebró no sólo las ideas y principios de la revolución, sino también (y tal vez principalmente) la liberación de la larga dictadura. América Latina también celebró el fin de las dictaduras en la década de 1980 no sólo por el retorno a prácticas electorales. Las dictaduras suelen dejar un país tan devastado, que hasta resulta difícil celebrar. Esa perspectiva no debe perderse de vista jamás y por eso movimientos como el del 24 de abril renuevan una y otra vez su vigencia.


Descolonizar

La Revolución de los Claveles puso fin a la guerra colonial. El imperio portugués arrastraba una larga crisis. Los movimientos independentistas fueron combatidos militarmente y el curso de la guerra, con grandes pérdidas humanas, fue una de las principales razones del descontento general que desembocó en la revolución. Como destaca Barreto (2017:444), “No fue la economía la que estuvo en el origen de la revolución, fue la política y la guerra colonial”. No es mera coincidencia que muchos de los revolucionarios involucrados hayan servido como funcionarios en las colonias africanas de Mozambique, Angola y Guinea-Bissau. El presidente del gobierno de transición posterior al 25 de abril, Antonio de Spínola, por ejemplo, había sido gobernador militar de Guinea-Bissau entre 1968 y 1973. Su sucesor, Vasco Gonçalves, estuvo destinado en Mozambique y Angola durante un período de tiempo más largo aún.

La presión internacional, ejercida sobre todo por la Organización de las Naciones Unidas, desempeñó un papel importante en el fin del colonialismo lusitano. Desde principios de la década de 1960, Portugal ha basado su impulso económico en su inserción externa. Los lazos más estrechos con los Estados Unidos y el área europea se vieron amenazados por el creciente aislamiento que se originaba en la política colonial. Es que, en suelo africano, la lucha por la independencia se enmarcaba en un contexto internacional caracterizado por los procesos de descolonización en el Sur y el surgimiento de nuevos movimientos que veían la lucha armada como un medio para lograr la independencia nacional (Cardina, 2024:1).

Además de esas cuestiones, la guerra se había vuelto extremadamente cara. En 1973, el gasto de guerra representaba la cuarta parte del gasto público total y las proyecciones eran más alarmantes aún. A largo plazo, resultaba muy difícil mantener esa tensión en el presupuesto.

Spínola ya había expuesto sus consideraciones estratégicas en un influyente libro en febrero de 1974. Entre otras cosas, abogaba allí por la independencia de las colonias, lo que se efectivizó poco después de la revolución. El 10 de septiembre de 1974 se reconoció la independencia de Guinea-Bissau, el 25 de noviembre de 1975 Mozambique declaró su independencia, seguido de Angola el 11 de noviembre del mismo año.

Como ya se había demostrado algo más de un siglo y medio atrás con la independencia de los países latinoamericanos, la liberación política no significa necesariamente una solución a todos los problemas. Las estructuras coloniales a menudo se desmantelan mucho más lentamente, los actores políticos y económicos internos tienen ideas diferentes sobre el futuro o proyectos contradictorios. A través de la influencia "invisible", los actores externos, las potencias hegemónicas y las corporaciones empresariales también tratan de manipular la política interna a su favor. Por lo tanto, la independencia a menudo no va acompañada de una verdadera descolonización, sino de nuevas formas de dependencia. Esto se intensifica cuando el país cuenta con recursos naturales (procedentes de la agricultura, la pesca o la minería) que juegan un papel importante en la matriz productiva o el consumo en el centro.

Hoy en día, muchos países africanos y latinoamericanos se enfrentan a una presión renovada por poseer materias primas críticas para la transformación económica en curso. EEUU, China y la Unión Europea luchan por el control de estos recursos, aunque con armas y políticas diferentes. Las conquistas directas, las nuevas colonias, tienen hoy mala prensa y se las utiliza sólo como último recurso. Las formas más frecuentes son el desarrollo de proyectos de infraestructura y la “cooperación al desarrollo”. Bajo esa perspectiva se enmarcan los proyectos de China con la "Nueva Ruta de la Seda" o de la Unión Europea con la "Global Gateway". Por supuesto, dado que cada estrategia supone la captación de los socios para fortalecer el sistema productivo del país central, esta es contradictoria con la de los competidores, desencadenando conflictos por las áreas de influencia, como ocurría cuando las potencias coloniales despanzurraban a Africa en el siglo XIX.

La intervención directa a menudo se combina con una asociación estratégica de las potencias y las empresas multinacionales con partes de las élites económicas y/o políticas internas. Argentina es un ejemplo claro de ello. El presidente Milei cultiva su amistad con el empresario Elon Mask en público y elogia la compañía Tesla en sus discursos. Más problemática que eso es la ley que ha logrado aprobar en el Parlamento y que crea un "régimen de promoción de grandes inversiones" que dispense de impuestos a los grandes inversores externos durante treinta años, libere sin condicionamientos los recursos naturales para la exportación, exima a las empresas de la obligación de ingresar las divisas de las exportaciones, proporcione las divisas necesarias para las importaciones y remesas de utilidades a un precio favorable y anule los impuestos aduaneros a bienes de capital y operativos, desfavoreciendo a las empresas locales. De haber controversias, no deberían resolverse en los tribunales argentinos, sino en el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias relativas a Inversiones (CIADI). Sin embargo, dado que allí solo las empresas están autorizadas a demandar a los Estados, pero no al revés, el Estado pierde soberanía. Lo que está en disputa es el control de las mayores reservas de litio, pero también el gas, el petróleo y diversos minerales. Sin un plan de desarrollo que incorpore valor a los recursos, será una simple sangría de minerales sin beneficios para el país.

Argentina ofrece sólo un ejemplo, que se repite en América Latina y África de diferentes formas. Allí pueden verse las nuevas estructuras coloniales bajo el nombre de "extractivismo". Dichas estructuras se reflejan también en las normas de organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional, o la Organización Mundial del Comercio, que establecen el marco legal, donde ocupan un lugar especial los acuerdos de protección de las inversiones y los acuerdos de libre comercio. Y, por supuesto, la deuda externa como mecanismo aspirante-impelente de recursos y como elemento de sumisión: Por eso, no sorprende la nueva crisis de la deuda, que ya afecta a 132 de los 152 países no pertenecientes a la OECD, de los cuales 24 se encuentran en un estado crítico (GSDM, 2024). La segunda demanda de la Revolución de los Claveles también está en peligro hoy y su actualidad es más que visible. Pero las estructuras neocoloniales y extractivistas descriptas también contradicen la tercera demanda de la Revolución de los Claveles, la del desarrollo. 


Desarrollar

En el decenio de 1960, Portugal había iniciado un proceso de desarrollo de sus fuerzas productivas basado en una industrialización intensiva en capital y de alta productividad. Esto creó una economía dual con, por un lado, un sector altamente productivo para la exportación, con una baja tasa de empleo, una concentración espacial marcada y una débil interdependencia con el resto de la economía, y, por otro lado, una industria y agricultura de bajo crecimiento, baja productividad y bajos salarios. La pobreza, el desempleo y la emigración caracterizaban la economía portuguesa antes de la revolución (cf. Reis, 2018). Por esta razón, la importancia de la cuestión del desarrollo estaba justificada en su momento. No sólo para Portugal, porque el debate teórico sobre el desarrollo se extendía por entonces a toda la ciencia económica. 

Estábamos en el tiempo en que los éxitos de los modelos económicos socialistas desafiaban al capitalismo. La Guerra Fría constituyó la base de un fuerte debate sobre los problemas de la producción y la distribución. Organismos internacionales como la Comisión Económica para América Latina y el Caribe de las Naciones Unidas, encabezada por Raúl Prebisch, justificaban la necesidad de una industria autónoma como eje del proceso de desarrollo y la planificación estatal y las políticas activas se consideraban indispensables para ello. En la práctica, la "industrialización sustitutiva de importaciones" constituyó la base general de las políticas internas de varios países de África y América Latina.

¿Qué ha sido de ese impulso? La economía portuguesa no fue capaz de generar un proceso de desarrollo socioeconómico a largo plazo ni logró una integración interna de los sectores económicos. Esto hace que el país sea vulnerable a las crisis. La distribución del ingreso sigue polarizada y el desempleo no se ha eliminado, la tasa de crecimiento disminuyó, mientras la deuda creció (Reis, 2020). Las políticas neoliberales y la entrada en la zona del euro promovieron una financiarización que fragilizó aún más al país (Rodrigues et al, 2016).

Este panorama es bien conocido en la periferia, pues Portugal no es un caso aislado (Musacchio, 2020). Incluso, la economía portuguesa sigue estando en el grupo de países periféricos con mejor desempeño. La desindustrialización, la deuda, la financiarización y la primarización han sido características comunes de la periferia desde la década de 1980. Debido a las finanzas, el servicio de la deuda, la fuga de capitales, el intercambio desigual y las cadenas de valor injustas, la periferia pierde gran parte de los ingresos generados internamente. Esto polariza la acumulación de capital y, por lo tanto, amplía paulatinamente la brecha entre los países desarrollados y los subdesarrollados. En lugar de mitigar este proceso, la nueva competencia por la hegemonía profundiza el problema. Esto, incluso, a pesar de que los países periféricos de América Latina y África cuentan con recursos críticos para la transformación, lo que debería gestar un fuerte salto productivo. Vimos recién que esto no parece ser así.

Por eso, se retoma aquí el debate aún abierto de la Revolución de los Claveles y su tiempo: ¿cómo puede tener éxito un proceso de desarrollo inclusivo que asegure una mejor calidad de vida para la población? ¿Basta con sumarse a las cadenas internacionales de valor y orientarse en función de las ventajas comparativas? ¿O es necesario hacer explícito el proceso, integrar la producción (sin caer en la autosuficiencia) y anclarla a través de un marco político, social e institucional fijo? La última alternativa implica la democratización y la descolonización como bases del desarrollo. ¡Exactamente el lema de la Revolución de los Claveles!

Bibliografía

Barreto, Antonio (2017). Anatomia de uma revolução. A reforma agrarária em Portugal 1974-1976. Dom Quixote:Alfragide.

Cardina, Miguel (ed) (2024). The Portuguese Colonial War and the African Liberation Struggles. Routledge:Nueva York.

Global Sovereign Debt Monitor (2024). GSDM24-online.pdf (erlassjahr.de).

Muñoz Durán, Rafael (2023), Contenção e transgresão. As movilizações sociais e o estad onas transições española e portuguesa. Tinta da china:Lisboa.

Musacchio, Andrés (2020). “Neoliberalismo, inserción internacional financiarizada: comparando Argentina y Portugal”, Problemas del Desarrollo, Nr. 2001. pp. 155-178. 

Reis, José (2018). A economía portuguesa: Formas de economía política numa periferia persistente. Almedina:Coimbra.

Reis, José (coord.) (2020). Como reorganizar um país vulnerável. Actual:Lisboa.

Rodrigues, Joao, Santos, Ana y Teles, Nuno (2016). A financeitizacao do capialismo em Portugal. Actual:Lisboa.

Spínola, Antonio (1974). Portugal e o futuro. Arcadia:Lisboa.


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