El Atlántico Sur está configurándose como una potencial zona de quiebre del status quo en el mar. Potencial porque está latente: no es una zona de redistribución de poder en abierta competencia, como el indo-pacífico, pero es un escenario de futura conflictividad, como el ártico; en tanto y en cuanto es la puerta de entrada a la Antártida, que será uno de los escenarios de reacomodamiento de poder global en los próximos años (con mayor o menor escalada de conflictividad).
En ese marco, Argentina tiene el desafío de convertirse en un jugador geoestratégico, haciendo valer sus atributos de país oceánico y bicontinental, reafirmando su posición destacada en el continente blanco (la Argentina Antártica) e implementando una estrategia de despliegue en el Atlántico Sur (la Argentina Oceánica).
Por otro lado, Argentina no puede obviar al diferendo de soberanía con el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte por las Islas Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur y los espacios marítimos circundantes, como una disputa territorial prolongada que permanece sin resolver. Las Islas Malvinas representan sin duda un enclave estratégico para los británicos, en el cual han asentado la Comandancia Marítima Militar del Atlántico Sur desde donde controlan la cadena de islas que les permite asegurar su dominio sobre la zona: Ascensión, Santa Elena y Tristán de Cunha, de camino hacia la península antártica, incluyendo Georgias y Sándwich del Sur.
Durante décadas, el Reino Unido ha protegido las vías marítimas vitales en la zona, ya que este posicionamiento estratégico le permite el patrullaje, monitoreo y despliegue sobre las costas atlánticas de Suramérica y África, puntos de apoyo logístico necesarios para mantener su presencia en la Antártida y las conexiones bioceánicas tanto hacia el Pacífico como hacia el Océano Índico.
Desde hace un par de décadas que el mundo se encuentra atravesando un escenario de transición de poder y, por ende, de disputa hegemónica. El aceleramiento de la descomposición del sistema de gobernanza global en el cual se basa el orden liberal internacional triunfante de la guerra fría pone de manifiesto el retorno de las “esferas de influencia” (Allison, 2020) y el posicionamiento de los grandes poderes en la disputa por el reacomodamiento del poder mundial.
Importancia estratégica del Atlántico Sur
A diferencia del Indo-Pacífico, punto neurálgico en la disputa por el poder naval y la proyección de poder en el escenario del siglo XXI, el Atlántico Sur se nos aparece como un «remanso estratégico» (Abdenur y De Souza Neto, 2013, p. 170). Sin embargo, ha cobrado nueva importancia en las últimas décadas debido al renovado interés de los grandes poderes navales por circular en sus aguas. Según Eller y Quintana (2017):
El lugar geográfico en donde se encuentra ubicado también es un lugar privilegiado. No solamente es importante para Argentina, sino para toda Sudamérica e inclusive Latinoamérica. La cuestión del Atlántico Sur es además una cuestión bicontinental, porque no solo abarca geográficamente la costa Atlántica de Sudamérica, sino también la costa Atlántica de África (…) (pág. 114)
Ya a finales del siglo XX Bruno Bologna (1982) sostenía que el Atlántico Sur era la “llave maestra en la geopolítica de las comunicaciones navales del mundo” (pág. 813). La potencialidad económica de la zona está fundada en sus recursos naturales: ictícolas e hidrocarburíferos. Actualmente el principal recurso explotado son los caladeros de pesca. De hecho, esta zona se ha encontrado en el centro en una compleja red de intereses estratégicos internacionales, surgida al volcarse al Atlántico Sur las flotas pesqueras de alrededor de 20 países de Asia, Europa y América Latina. (Destacándose, las de Japón, Corea del Sur, Taiwán, China, Estonia, Lituania, Polonia, España, Chile y Noruega) (FAO 2015, 12).
El auge de los caladeros de pesca en el Atlántico Sur trae aparejado el aumento de la pesca indiscriminada en la frontera de la zona económica exclusiva, frente a la incapacidad de los estados ribereños de hacer frente a la depredación, lo cual atenta contra el Buen Orden en el Mar. Este hecho también trae aparejado el aumento de la conflictividad en torno a la soberanía de las islas del Atlántico Sur y los derechos de exploración y consecuente explotación de los hidrocarburos presentes en el subsuelo submarino.
Sin embargo, la perspectiva inicial de descubrimiento de un “segundo Mar del Norte” por parte del Reino Unido ha cambiado significativamente desde el Informe Shackleton y los primeros informes en los ‘70 hasta la actualidad:
Adicionalmente, las reiteradas prórrogas otorgadas por el gobierno isleño a las licenciatarias, que en ningún caso han podido avanzar a la fase de producción, demuestra sus complejidades en el contexto internacional frente a otras oportunidades comerciales tanto costa adentro como costa afuera” (Altieri & Varela, 2022)
A su vez esta misma situación aumenta la tensión entre Argentina y el Reino Unido en relación a la disputa de soberanía en torno a la Cuestión Malvinas. En este marco el Reino Unido definió la ampliación de la Zona Económica Exclusiva en torno a las Islas Malvinas dentro de la cual los isleños otorgan licencias de pesca de manera unilateral y en beneficio de la economía de las islas, alguna vez considerada inviable y que hoy reporta el mayor PBI per cápita del mundo. “Es así que desde ese momento la industria pesquera en torno a las islas del Atlántico Sur ha crecido y ha ayudado al desarrollo de las Islas Malvinas, favoreciendo a la colonia británica sobre las mismas”. (Eller y Quintana 2017, p. 116)
El posicionamiento estratégico del Reino Unido en las islas Santa Helena, Tristán de Acunha, las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sándwich del Sur, así como la posesión compartida con Estados Unidos de América de la isla de Ascensión, le permite el patrullaje, monitoreo y el despliegue sobre las costas atlánticas de Suramérica y África lo cual “(...) le otorga un carácter de país ribereño en la región y lo proyecta hacia la Antártida” (Dario, 2015, pág. 8).
El Futuro de la Antártida
Las características de Sistema del Tratado Antártico –STA– mantienen al continente blanco por fuera de la disputa en términos oficiales. Sin embargo, la Antártida no ha quedado al margen de esta competencia, por el contrario podría ser una de las zonas de quiebre del status quo en un futuro no muy lejano.
Sin ir más lejos en los primeros meses del 2024 se desató una polémica acerca de la explotación de recursos hidrocarburíferos en las aguas antárticas vinculada a las actividades de prospección realizadas por la Federación de Rusia. Si bien estos estudios se viene realizando por lo menos desde la campaña de verano 2019-2020 en el marco de investigaciones científicas en los mares de Amudsen y Ross y son periódicamente informadas por Rusia al resto de los actores antárticos, la alarma sonó en el parlamento británico a causa de la presentación al respecto realizada por el especialista en geopolítica Klaus Dodds (con toda intencionalidad). la subsiguiente ola de interés en el tema de los medios de comunicación a nivel internacional no hacen más que atraer un foco momentáneo a un realidad permanente en el continente blanco: la disputa por los recursos futuros y el reacomodamiento de poder mundial no es ajeno al frío polo sur, solo está contenido por el andamiaje internacional del STA, hasta ahora el único ejemplo de gobernanza internacional que ha resultado efectivo.
La investigadora Virginia Gamba establece tres períodos en el desarrollo de las políticas internacionales desde la firma del Tratado Antártico. En el primero, comprendido entre 1961 y 1991, la Antártida fue considerada un territorio de equilibrio internacional, en base a la definición de excluirla de la carrera bipolar entre Estados Unidos de América y la entonces Unión Soviética.
La segunda etapa es la del STA, la cual abarca desde 1992 a 2011. Durante este período se consolida la participación de la Organización de las Naciones Unidas y la entrada al Sistema de otros países que debilitaron el poder central de los Estados miembros. La última etapa, iniciada en 2012, perfila la reivindicación del valor geoestratégico global del territorio antártico. Gamba considera que la presión creciente de los actores no estatales sobre los intereses económicos objetivos del territorio antártico y los imperativos de defensa globales aumentan hasta hoy la tensión internacional sobre el STA.
Ciertamente el continente antártico posee un valor estratégico que se actualiza e incrementa con el correr de los años, presentándose a futuro como un activo para la humanidad en su conjunto y, por sobre todo, para aquellos actores que posean capacidades de acción sobre él. Su posicionamiento geográfico, sus recursos naturales (biodiversidad, minerales, agua dulce, entre otros), su alto valor científico, turístico y potencialidad económica la mantienen como un espacio destacado dentro del cálculo geoestratégico de los grandes poderes.
Este debate se reactualiza en la agenda pública periódicamente con el agravante de que, cada vez más, aparece en tela de juicio la continuidad del STA y especialmente de los protocolos de protección ambiental. de allí la importancia de determinar si la investigaciones científicas que se desarrollan hoy en día tanto en el continente como en las aguas antárticas traspasan o no el límite de lo científico para convertirse, por ejemplo, en estudios de “pre-factibilidad económica”.
No olvidemos que el STA reúne a 54 Estados, de los cuales sólo 29 son miembros consultivos, entre los cuales se encuentra la Argentina. Las partes consultivas, toman decisiones sobre la gestión del continente, que deben darse de forma consensuada, situación cada vez más difícil de lograr si consideramos que no solo existen reclamos de soberanía y críticas al sistema de gobernanza (especialmente por parte de los Estados no consultivos) sino que se suman las tensiones derivadas de los intereses acerca de la explotación de los recursos naturales antárticos, por un lado, y preocupaciones por el sostenimiento ambiental y el efecto del cambio climático por otro (Zingoni Vinci, 2022).
En el continente antártico se pueden hallar todo tipo de recursos naturales de gran valor: yacimientos minerales metálicos (tales como el cobre, cromo, níquel, platino, hierro, plata, molibdeno, oro, manganeso y cromo, entre otros) y no metálicos (entre los que se pueden nombrar el cuarzo, berilio, grafito, fosfatos, calizas y mármol blanco, micas y uranio). También existen yacimientos de minerales energéticos, tanto como carbón y uranio, y también, combustibles fósiles como el gas y el petróleo.
Como señalabamos de forma precedente, es posible avizorar algunos puntos que, en un futuro no muy distante, podrían transformarse en fuente de conflicto internacional. Tal es el caso de la posible renegociación del Protocolo Ambiental en 2048 y la apertura a la explotación comercial de los minerales antárticos. Ello podría plantear dilemas que deberán ser enfrentados de forma decisiva por los Estados involucrados, pudiendo gestionarlos de manera provechosa si se diseñan políticas públicas adecuadas que sean sostenibles en el tiempo, acordes a un interés nacional bien definido y percibidas como legítimas por la sociedad.
Por otra parte, cobra especial relevancia el creciente interés por la explotación turística del continente. En este sentido, como resultado de la 46ª Reunión Consultiva del Tratado Antártico (RCTA) y la 26ª Reunión del Comité de Protección Ambiental (CPA) realizada a fines de mayo en Kochi (República de la India) se adoptó una Decisión para que las Partes Consultivas comiencen a desarrollar un marco integral, flexible y dinámico para regular el turismo antártico. Este avance hacia una regulación amplia de la actividad turística y otras actividades no gubernamentales en el continente blanco da apertura a debates acerca del impacto ambiental del turismo, su medición y monitoreo, la infraestructura, los sitios aptos para visitar, el cuidado de la fauna, el control de la actividad, los permisos y la acreditación de operadores, la supervisión, no obstaculización de las actividades científicas, entre otros temas.
Para Argentina, estas discusiones se tornan fundamentales por nuestra doble condición de país reclamante de soberanía y “puente” hacia el Continente Blanco. Nuestra presencia ininterrumpida desde 1904 y el rol central en el Sistema del Tratado Antártico nos otorgan una posición singular que requiere del estudio para el diseño de una estrategia integral de gestión de nuestra Argentina Antártica.
La Argentina Bicontinental
El pasado 2020 se aprobó la difusión del nuevo mapa oficial de la República Argentina: un mapa que no solo muestra en su real magnitud nuestra condición de estado bicontinental sino que también incorpora visualmente la porción marítima de nuestro territorio.
Este mapa, que es el resultado del enorme trabajo de la Comisión para la Plataforma Continental Argentina –COPLA– implica la voluntad de asumirnos efectivamente como un país que no solo pertenece al cono sur del continente americano, sino que es también un país antártico. Tal y como señala el Capitán de Fragata (r) argentino Alberto Otamendi, frecuentemente enunciamos la extensión de la Argentina entre Ushuaia y La Quiaca, sin percatarnos de que nuestra soberanía llega hasta el Polo Sur, “La línea costera marítima no es el límite terrestre de nuestra patria, sino apenas el comienzo de nuestro territorio y jurisdicción marítima, cuya extensión es dos veces superior” (Otamendi, 2018, p. 68). Estos territorios incluyen nuestra plataforma continental, la quinta más grande del mundo, que abarca 1.781.885 km2, incluyendo tanto el Sector Antártico como las Islas Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur (COPLA 2009).
En su artículo “Argentina Bicontinental ¿para qué queremos la Antártida?, Zingoni Vinci señala:
Cuando comúnmente se piensa nuestro país se lo hace desde “la Quiaca a Ushuaia”, invirtiendo las palabras que titulan un gran disco argentino. Sin embargo, nuestra Argentina comienza (o termina) en el Polo Sur. Tenemos que ir más al sur que el “Sur” tradicional para comprender las reales dimensiones de nuestro territorio, aquel que verdaderamente posee todos los climas cuando le incluimos los paisajes blancos del Sexto Continente. La Antártida es penosamente olvidada en la cotidianeidad argentina, por eso es importante rescatarla como parte de nuestra identidad, reconociendo el carácter bicontinental de nuestro país. (2022, pág. 12)
Partiendo de nuestra ubicación en un hemisferio en el cual los océanos cubren el 88% de la superficie y de la geografía de América como corredor hemisférico norte-sur atravesada por el Cordillera de los Andes, entre otros accidentes geográficos, que dificultan la comunicación e intercambio por vía terrestre, las características argentinas han sido siempre muy parecidas a las de la insularidad, tal y como sostenía el Almirante Storni.
No obstante, la Bicontinentalidad nos permite pensarnos no solo como la península suramericana del fin del mundo, sino como un país compuesto de dos penínsulas, la americana y la antártica, que se unen a través de un territorio marítimo, entendido no ya como límite exterior sino como malla de unión entre los territorios continentales argentinos.
El desafío de cara al presente, y al futuro inmediato, es diseñar una estrategia de despliegue en el Atlántico Sur orientada al control efectivo de los nuestros recursos marítimos, así como asegurar y reforzar la permanente e ininterrumpida presencia antártica argentina. Para ello, los proyectos pendientes de creación de un polo logístico antártico en Ushuaia y la construcción de un puerta de entrada multimodal en la base argentina “Petrel" son pasos fundamentales en ese sentido.
Argentina tiene la oportunidad de convertirse en un actor geoestratégico del Atlántico Sur y, para lograrlo, considerando el escenario que se viene, necesitará de una política inteligente de ocupación de nuestro espacio marítimo y continental antártico.
Bibliografía
Arnaud, G. (2014). Malvinas, Atlántico Sur y Antártida. la realidad actual. Anales de la Academia Nacional De Ciencias de Buenos Aires: Ciclo Ciencia y Visión del Mundo del Instituto de Investigación y Desarrollo Amílcar Argüelles, (págs. 1-28). Buenos Aires.
Battaleme, J. (2013). Cambiando el Status Quo de la Geopolítica Internacional: el acceso a los espacios comunes y las estrategias de negación de espacio y anti acceso. Cuadernos de Geopolítica, 1-21.
Bologna, A. B. (Julio-septiembre de 1982). Los Derechos Argentinos sobre las Islas Malvinas. Revista de Estudios Internacionales, 3(3), 799-813.
Dario, L. (2015). La segunda Guerra de Malvinas: la disputa por los recursos pesqueros. Buenos Aires: Tesis para acceder al título de Magister en Relaciones y Negociaciones Internacionales de las Universidades de San Andrés, Flacso Argentina y de Barcelona.
Eller, M. J., & Quintana, P. (2017). La Importancia Geopolítica del Atlántico Sur. A 50 años de la resolución 2065. En A. B. al., Malvinas y la construcción de un reclamo soberano, pasado, presente y futuro (págs. 113-138). La Plata: Universidad Nacional de la Plata.
FAO, O. d. (2015). El Estado Mundial de la Pesca y la Acuicultura. Roma.
Gamba, V. (Mayo/Agosto de 2013). Reflexiones sobre el valor geoestratégico de la Antártida en el Siglo XXI. Boletín del Centro Naval(863), 259-266.
Gioffreda, C. (Mayo/Agosto de 2021). Los espacios vitales del sur argentino: el Atlántico Sur y el futuro de la Antártida. URVIO. Revista Latinoamericana de Estudios de Seguridad, 40-57.
Magnani, E. (Enero-Junio de 2020). La dimensión geopolítica del interés estatal: el Atlántico Sur Occidental y su relevancia para Argentina. Revista RELACIONES INTERNACIONALES, 93(1), 19-39.
Comments